Tras este evento divino,
que multiplicadas generaciones
han llamado pecado,
¿qué otra cosa cabe
sino hundirnos
en la plenitud del silencio?
Nuestros brazos abarcan la ternura
y un puñado de carne
que, serenamente, reposa.
Así, en esta forma exacta
en que fue concebida la inocencia,
yo bendigo al amor
y a las generaciones ingentes del pecado.
¿Quién no haría otro tanto
sabiendo que es amado sin piedad
y viendo que es culpable
de este craso delito?
Del libro Azumbres de la noche de
Mariano Estrada
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