martes, 19 de junio de 2018

LLANTOS DEL DESAMOR


1

No hace falta tocarlas.
Con los ojos cerrados,
siento que tengo las heridas
ensangrentadas y dolientes.

Nadie me ve, la soledad
se ha sentado conmigo y, de momento,
parece que está cómoda
en mi butaca oscura.

Ella sabe muy bien
que yo me siento herido
en la carne más tierna,
la que se esconde en los reductos
profundos de la intimidad,
donde se guardan
las cosas más queridas:
El traje transparente
de los primeros besos,
la miel de los abrazos
surgidos al calor de la inocencia,
la ramuja frondosa de los sueños
primaverales y perennes…

Y un deseo constante:
el de llegar a ser un día
el ingrávido pájaro de luz
que haga el nido en tus ojos.

2

Creo que sangro por las muchas
erosiones que el viento
rasgado de la soledad
me ha hecho en las calladas
ataduras de la esperanza.

Creo que sangro porque ya
no me miran las aves
que anidan en las ramas
ensortijadas de la primavera.

Que sangro finalmente porque
no me mira la flor
de inabarcables pétalos,
ni su profuso olor me roza.

Y en el colmo del mal,
la hierba del jardín
ni siquiera me ofrece
sus cristales de lluvia o de rocío.

3

¿Qué otra cosa decir?
Sangro por todas las heridas.

En realidad
soy un cauce de sangre
con tantas soldaduras
y recomposiciones
que ya no tengo barro
para tapar las grietas.

Por eso se me asoma
la sangre a estas palabras
de interminable desaliento.

Y me ahogo en los charcos
del desamor y del olvido,
donde nadie me intuye ni me ve…

Nadie, si no es la soledad
que se ha instalado en mí
desde que tú ya no me miras.

Del libro Gotas de hielo de Mariano Estrada 

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