Despacio transitaba el hombre por las piedras.
Silencios ultrajaban la rústica pradera.
Los pájaros callaban. Las flores marchitaban.
El caos y la tristeza sus ojos suicidaban.
En pasos torpes su cuerpo caminaba.
En vientos agitados moria su alma.
Lacerando sus sueños, su esperanza.
Hasta el reino del pecado y de las ánimas.
Otoños implacables desdicen calendarios.
No aceptan retrocesos ni convenios falsos.
Y el hombre que mintió y se mintió asimismo.
Hoy corre la suerte del más desgraciado.
Su arrogancia falaz fue muy herida.
Por alguien que no quiso cederle su vida.
No creyó que sus ideas serían vencidas.
Y jamás en mentiras fueran destruidas.
Y en un túnel oscuro y tenebroso.
Donde demonios comparten sus tesoros.
Ancló sus pasos quedándose en reposo.
Soñando con un río azul y caudaloso.
Al mismo instante por sus aguas torrentoso.
Arrojó su cuerpo a un hondo foso.
Y oprimido el pecho cuánto más doloroso.
Morir solo se dejó. En un mundo despojado y silencioso.
Eduardo N. Romero -Argentina-
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