jueves, 14 de diciembre de 2017

REFLEXIONES PARA NO MORIR


No puedo recordar con exactitud el tiempo que ha transcurrido desde la última vez que toqué sus manos.
Es como si el tiempo, con su milimétrica precisión, quisiera hacerme saber que no existía para mí y que hiciese lo que hiciese por olvidarlo, nunca se despegaría su imagen de mi adentro.
Me habitaba, sin embargo, la paz del desprendimiento mundano y con ella, esa serenidad de los poetas cuando no tienen más amistad que ellos mismos.
Se había detenido el reloj y dentro del sin ser de mi mente, adiestrada para ignorar las torpezas propias y las de otros, bailaba la musa ajena a cualquier conjetura física o corpórea.
Mi pluma se había detenido en medio de un poema de amor dedicado a nadie y a todos y el sopor de la tarde empezaba a hacer mella en mi cuerpo cansado del trabajo diario.
La suave luz de la vela colocada en el escritorio parecía jugar a su capricho antes de morir iluminando el espacio y el aroma del aceite esencial se esparcía por toda la estancia llamando a la meditación.
Hoy era su cumpleaños; había transcurrido media vida a su lado y ahora mismo, su imagen, estaba tan difuminada, que apenas podría decir de qué color eran sus ojos. ¿Verdes?...Si, eran verdes, o tal vez amarillos, ¡que más da!...
No era tan importante el color de unos ojos, sino la huella que dejó al mirar los míos.
Me negaba a recordar, ya que sabía que los recuerdos hacen daño, pero tampoco podía borrar media vida como si borrara palabras escritas con un lápiz.
¿Cómo habría pasado su día especial?; ¿Habría pensado en nuestras celebraciones?; ¿cómo sería su nueva novia?...
Seguramente sería delgada y de formas perfectas, el era muy exigente con el físico, materialista por demás.
¿Y la ropa?...tendría que vestir adecuada a cada una de las situaciones, por supuesto, no podría ponerse un jeans y una camiseta para acudir a un evento literario.
Cerré mis ojos, el olor de lavanda me adormecía y lo último que deseaba era seguir pensando en la vida de un ser que no me había valorado.
Un duermevela delicioso llegó hasta mi, haciéndome participe de plumas flotantes en un viento inexistente.
Cada una de aquellas plumas, parecían tener vida propia e iban escribiendo en grandes pergaminos nombres y estilos literarios, consejos, valores, virtudes, cada cual con su color asignado.
Cómo si fuera una lección de psicología, las palabras brotaban de esas plumas dejando ver cada sentimiento con una forma diferente.

Amor+corazón+sensibilidad+paciencia+desprendimiento+unidad.
Honor+valentía+arco iris+constancia+lucidez+fuerza+eternidad.
Locura+dignidad+ resolución+soledad+pruebas+sabiduría.

No puedo recordar con exactitud el tiempo que ha transcurrido desde la última vez que toqué sus manos...
Pero, ¡que más daba eso!, su esencia y mi esencia eran indivisibles.

Carmen Azparren Caballero

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