El otoño dormía en la cama del tiempo, vivía abrazado por la calma, cobijado por la rutina, soñador de vida al ritmo de noches tranquilas, fue la investida de un viento pícaro con ojos de miel, ternura de niña y silueta de mujer peligrosa la que alocó su almohada.
El otoño desempolvó sus besos humedeciendo sus labios, atrapó ilusiones perdidas, desenterró suspiros niños con hambre de aventura, la razón durmió en los brazos de una pasión vestida de primavera, sus rosas seducían las mañanas con besos sin tiempo, y volaron sin rumbo enredados en sus brazos sedientos.
El viento sedujo con inocencia disfrazada, lanzaba anzuelo con carnada de deseos, caminaba con intriga despertando la duda, sonreía con magistral ternura desarmando los prejuicios, sus labios eran tormentas desbaratando la cordura, ofrecía besos a precio de versos, y caía rendida en el pecho que le regalaba refugio.
El otoño se desnudó ante la mirada del viento, y mientras caían entre nubes blancas sin miedos se abrigaron piel a piel, bebieron sus besos con hambre quedando presos de sus ganas, conquistaron los deseos y ganaron el premio de los suspiros.
El viento atrapó al otoño, y el otoño conquistó al viento, hicieron de su romance una estación perfecta, cálida en verano, ardiente en invierno; tierna bajo el sol y voraz en el secreto de la luna; recorrieron la senda de los besos más tiernos, y llegaron a la cima de los más intensos, arañaron sus gritos hasta repetirlos aun en sus silencios, dejando la huella de su amor en sus labios.
Luis Emilio Tigüilá Robles -Guatemala-
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