‘Inicialmente he pensado que un palo o una costura víctima de una ráfaga más violenta habían provocado el daño de las velas. Pero cuando empecé a arreglarlas observé que el problema no podía ser ese. Sí, las velas estaban rasgadas, pero en algunas partes del paño, se veían agujeros, picaduras, como si una abeja gigante hubiese estado atacándolas con el aguijón. Fue un pensamiento absurdo, lo sé. Lo cierto es que he tardado dos días en arreglar todo y mirando por encima del hombro – en caso de duda?’ Este ha sido el relato de mi compadre que vive en Castillo de Consuegra y fue la primera vez que escuché hablar de un caso tan extraño.
Un viajante que de camino a Toledo paró en mi casa para pedir una jarra de agua, ha dicho que en
Argamansilha de Alba ya había ocurrido lo mismo hace siete días.
¡Preocupante! Y hasta un poco aterrador, horripilante... añadió.
Mientras él se alejaba miré pensativo, y aprensivo, para las velas paradas. Me estremecí, no de frio, ya que apenas se notaba una pequeña brisa, y fue cuando recordé que no soplaba en Molino Rucio un viento decente desde hace más de cuatro días. ¿Qué habría ocurrido realmente en Castillo de Consuegra? ¿El viento? ¿O qué?
Esa noche he tardado mucho en dormir. Pero el cansancio venció, y mi sueño solo fue interrumpido por el rechinar del molino de viento, que oxidado bailaba enloquecido al son de un viento decidido. Fue ahí, aún acostado, cuando escuché el ruido de unos cascos. Me asomé a la ventana y vi dos sombras que se dirigían al molino. Recorrí con precaución el camino que lleva al molino y me quedé pasmado, boquiabierto, delante de una visión demoníaca: un hombre alto y delgado montado en un caballo, empuñando una lanza, teniendo como compañía un cerdo corpulento, gritaba: ‘Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.’ Y con la lanza empezó a atacar al molino. Sin embargo, la lanza quedó presa en uno de los palos, lo que llevó, felizmente, al caballero, a caer y a ir rodando miserablemente por el campo. La caída fue tan grande que se desmayó.
El resto ya lo sabe el Señor Juez. He llamado a las autoridades y ese señor que está ahí fue arrestado. Tan grande había sido la caída que no se lograba mover. Al ser llevado por las autoridades balbuceaba para el cerdo: ‘amigo Sancho yo pienso que aquel sabio Frestón ha vuelto estos gigantes en molinos’ ¡Un loco!
‘Sr Quijote: ¿Tiene algo que declarar en su defensa?’
Luis Brito (Portugal) Traducción de Laura Rivas Fernández
Publicado en la revista digital Minatura 153
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