sábado, 3 de diciembre de 2016

MEA CULPA - LA TRIPLE SE DESMORONA


(Artículo de 1921)

     Soné la trompa épica en el número pasado, con motivo de la firme actitud de solidaridad asumida - según los cables del día-, por la Triple Alianza obrera de Inglaterra, y media hora después de mi arrebato lírico, se me metía por boca y oídos, como un gas asfixiante, la desoladora realidad. Todo se había desmoronado. La triple alianza (de ahora en adelante con minúscula, ¡ea!) se sintió grande y valiente un instante, pero enseguida, sin que se sepa el cómo ni el por qué, le flaquearon las piernas y dio el triste espectáculo de volverse de espaldas y echar a correr, dejando en la estacada a los mineros.
     Podríamos encogernos de hombros y decir qué importa, y seguir sonando la trompa bélica como si tal cosa. Pero no. ¿A qué fingir sistemáticos e hipócritas optimismos frente al hecho espantoso de esta deserción? No imitemos los gestos y palabras convencionales de los que rellenan a diario de embustes las columnas de la prensa-vientre. ¿Cómo presenciar sin azoramiento y sin dolor el hecho de que ni siquiera en el seno de una organización sólida y pujante pueda contarse con solidaridad y conciencia bastantes entre la clase trabajadora, no ya para las grandes y lejanas finalidades, sino tan sólo para lo inmediato y concreto y apremiante, como es la defensa de todos contra la amenaza de hambre cierta -merma de salario para unos y desocupación para otros-, que hoy está suspendida sobre todos los obreros ingleses? ¿Cómo no horrorizarse en que tarde tanto en llegar abajo la lección, tan clara y reiterada de arriba, que nos enseña que tres voluntades coordinadas valen y pueden por cien no coordinadas? ¿Quiénes son los más, los que exprimen o los exprimidos? Pues basta contrastar la fuerza omnipotente de aquéllos con la debilidad impotente de éstos, para tener la visión de los milagros que hace la simple organización. Un profesor noruego que visitó una vez un manicomio americano, se mostró asombrado de que un solo loquero estuviera encargado de media docena de locos furiosos. Pero el loquero se sonrió plácidamente y le dijo: "No se alarme, señor. Si me atacaran los seis juntos, no sólo acabarían conmigo, sino que tumbarían la casa. Pero no lo harán. Para ello tendrían que unirse, que coordinarse, y los locos no saben coordinarse. Si se coordinaran, ya no serían locos y, por consiguiente, ya no habría peligro".
     Lo mismo puede decir hoy a Lloyd George cualquier propietario de minas (y de vidas de mineros) de Inglaterra: no hay que alarmarse, cofrade; son unos pobres locos que no saben coordinarse; a la calle con ellos y a subir los precios... y viva la Pepa.

Publicado en el blog nemesiorcanales
Compartido por Osvaldo Rivera

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