Ha sucedido que yo
inquiero sobre mí mismo,
paso a auscultarme cuidadosamente
del último cabello a la planta de los pies
y me encuentro culpable de traición a mi propia persona.
Vamos a formar el tribunal,
este individuo será castigado,
quemado en la hoguera si es preciso.
Miro su cuello, sus tetillas, sus nalgas y sus testículos;
no tiene justificación;
ni sus ojos indudablemente feos,
ni su diente partido, ni tampoco su corazón
podrán librarlo de la pena máxima.
Yo mismo me erijo en fiscal,
pronuncio el auto condenatorio
que será recibido con júbilo por el procesado.
Doy este paso trascendental:
Me convierto en juez, en víctima y en verdugo.
DOMINGO ALFONSO -Cuba-
Publicado en Gaceta Virtual 117
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