Moreno, dorado,
velado, desnudo,
camina el Orfeo
por praderas sangrando amapolas,
por el azul imposible de los cielos
de Tracia.
Se mueve
con la gracia inocente de los amantes,
oscuro y huérfano como un sol negro,
su voz asesina de sirenas
cautivando las piedras, hechizando las ramas
con las que las Ménades, envidiosas
del resonante badajo en su garganta,
concurren al sanguinario ataque
por cobrarse el horror que les causa
tanto repique de campana invisible.
Según el relato al fin prevalecieron.
La cabeza del bardo flotó río abajo
sobre el instrumento de cuerdas rotas
todavía siseando melodías mágicas,
mientras las dionisíacas caníbales
se embarraban pezones y orificios
con el perfume que aún emanaba
de la vasija frágil de su cuerpo, dispersado
sobre el polvo de los agros de Ceres..
Otro final le doy a la cruenta fábula.
Es mi Orfeo poeta posmoderno.
Apunta su lira hacia las que atacan,
pulsa el gatillo oculto en las cuerdas,
deja salir cadencias como balas.
Los menádicos cuerpos putrefactos
sirven de abono a las flores de Tracia,
mientras el vate, metamorfoseado
en corriente de agua viva ardiente,
raudo depura con su empíreo en/canto
el impuro elemento que mancilla
el justo regazo de la Magna Mater.
Del libro El jubilado de
Alfredo Villanueva Collado -Estados Unidos-
Publicado en Editorial Alebrijes
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