¿El abrazo o un abrazo?, lo interroga ella. Un abrazo, el abrazo, los abrazos, recalca él. Entonces ella le pide que le explique, que le diga por qué y el bailarín hace lo que es: empieza a hablar con el cuerpo. Se incorpora apenas —estaba sentado en una butaca contra la pared— y con los dos brazos marca un círculo —tiene la cabeza levemente adelantada y le cae un mechón de pelo sobre la frente— y, de pronto, allí, entre sus brazos, en ese espacio íntimo hecho sólo de cercanía y respiración, hay una forma de mujer que permanece en la transparencia del aire hasta que él la deshace y se recuesta otra vez con parsimonia contra la pared. Por un instante ella tuvo la sensación de que el mundo se había detenido: la tarde, el ruido de la tarde, la luz. De manera que se quedó callada mirando el reflejo del sol a través de la vidriera. El bailarín le preguntó si necesitaba alguna otra explicación. No, le respondió. Ella había entendido. El tango es el abrazo. El abrazo que en el aire había dibujado él.
Del libro “El abrazo que se va” de
Inés Legarreta -Argentina-
Compartido por Rolando Revagliatti
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