En el campo la vida es dura. Las cañas se vuelven lanzas que se clavan en el espíritu, o se transforman en una prisión de la que no se puede salir. El niño, esclavo del maíz y el arroz, del trigo o la patata, carga su condena como un Sísifo infantil y diminuto.
¡Hay que alimentar al otro mundo! ¡Al de la carne ahíta de soja o de latas de conservas! Hay que seguir trabajando, pequeña criatura, aunque tu sudor no sea recompensado y tu fatiga sea tu condena hasta la extenuación o la muerte.
Francisco José Segovia Ramos -Granada-
Publicado en irreverentes
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