jueves, 27 de octubre de 2016

LA ÚLTIMA PARADOJA


En mi pueblo soy el único barbero.
No puedo afeitar al barbero de mi pueblo, ¡que soy yo!
Bertrand Russell, La paradoja del barbero.

Las advertencias de los expertos se reprimieron con rigor intransigente.
Tan pronto como brotaban, científicos venales redactaban papers con meritorias impugnaciones. Igual, la gente maliciaba una desgracia, tanta vocación del Gobierno Central sólo enfatizaba lo evidente. Pero en verdad, nadie se interesó mucho. Se culpaba al calentamiento global, a las malas cosechas, a cualquier cosa. Las excusas de siempre. Hay que decirlo, la invasión militar a los países
productores de granos no fue una medida muy lúcida. Los campos quedaron estragados por varias
generaciones. Ni las carnicerías de las Guerras de los Elementos contribuyeron a mermar la
superpoblación de las grandes metrópolis. El resto ya era un yermo inhabitable. Se imponía proceder,
pronto la hambruna sería imparable.
Y la solución fue inverosímil pero todos la aceptaron, porque era esencialmente verdadera. Hace un par de siglos se abolió la física clásica y se la sustituyó por la física cuántica.
Hasta las naves hiperespaciales usaban esos motores. La propaganda oficial empezó a martillar con que era factible que la mitad de la población viviera en el mismo lugar, en el mismo tiempo, merced a un salto cuántico. Al efecto, se diseñaron gigantescos Proyectores de Superposición Coherente atiborrados de diminutas puertas cuánticas. Las Fuerzas Armadas se encargaron de forzar a la ciudadanía al tratamiento.
Algunos fueron remisos, otros se revelaron invocando el principio de no contradicción. ¡Por supuesto que se puede ser y no ser al mismo tiempo! Mandamos a publicar urgentes refutaciones de esa antigua patraña griega y se ejecutaron a los subversivos en lugares públicos. La rebelión cesó pero los rumores continuaron. Es cierto que para observar a un vecino hacía falta acudir a los Proyectores a fin de fijar el estado instantáneo del sistema. Y eso revelaba complicaciones no resueltas.
Ningún celo fue bastante para ocultar que no era factible establecer un aceptable tiempo de coherencia y que la mayoría de los procesados se han extraviado. O tal vez, quién sabe. No descarto que algún día lo logremos y estén allí, gozando de una feliz existencia. No pueden culparnos. Fue
verdad la urgencia, fue verdadero el remedio. Sólo hemos falseado las circunstancias y el éxito del proyecto.
La política mundial a veces exige esos sacrificios.

Pablo Martínez Burkett (Argentina)
Publicado en la revista digital Minatura 151

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