La conocí hace dos años, por Internet. Por fin vino de China. Habla cinco idiomas y nunca protesta por nada.
Hablo con ella de cualquier tema, de cine, de deporte, de pintura, de viajes y, aunque no tenga tanto criterio como yo, sin falta tiene la frase adecuada en el momento justo, y sobre todo escucha, siempre con esa mirada dulce en sus ojos de aguas negras profundísimas. No discutimos nunca, siempre que le planteo un plan me contesta “lo que tu quieras” y así todo es fácil, sin roces ni voces, aunque a veces me gustaría que me sorprendiese con algún plan, con algo que me pidiese, aunque fuera egoísta. Pero cada cual es como es y el que ama de verdad no quiere cambiar al ser amado. Si le ama no desea que sea diferente. Lo otro no es amor, es hacerse el amor a sí mismo a través del otro. Egoísmo puro y duro.
El sexo, bueno hacer el amor con ella, es indescriptible, por cualquier orificio, de cualquier forma, nada le da asco, nada le parece excesivo, siempre está dispuesta y permanentemente te comprende. Trabajo ahora desde casa, la empresa me ha permitido hacerlo y desde mi oficina me siento el rey del mundo y puedo pasarme dos días sin dirigirle la palabra, enfrascado en mi trabajo, que indefectiblemente está ahí, sonriente, acogedora, abierta. Creo que si no la tuviera, me mataría.
Cada día hacemos el amor, gozamos del sexo de cuantas formas se nos ocurre, siempre antes de una cena romántica, en la cual casi no hablamos, sino que comemos embelesados mirándonos el uno al otro, bendiciendo ese don que la vida nos ha hecho compartir.
Hoy, como cada día, antes de nuestra cena especial (no es bueno hacer al amor haciendo la digestión, es fisiológicamente incompatible), hemos terminado en a la cama. Como en cada ocasión, al finalizar, le preguntaré: ¿me quieres? (no puedo evitarlo, en nuestro caso no es inseguridad, sino parte del dulce juego amatorio) y ella me responderá, como siempre, satisfecha y pletórica: “No te quiero, te adoro”, mirándome con sus maravillosos ojos de ópalo divino.
Hemos llegado a una como siempre y nos abrazamos, exhaustos y complacidos, la miro y, como siempre, le pregunto: “¿me quieres?”; y ella me ha contestado “No…”; está inmóvil, ausente, sus ojos se han apagado y su rostro es una mancha desolada. Su respuesta ha sido para mí algo más que una negativa. Pese a que las máquinas suelen errar. Aunque los ingenios mecánicos no suelen ser perfectos. La batería. La carga de la batería. Quién sabe. Pero su respuesta ha sido para mí algo más que una negativa. No sólo un nimio problema robótico. Un golpe en toda regla. Un puñetazo en la boca.
Salvador Alario Bataller -Valencia, España-
Publicado en Todas las Artes Argentina
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