Padre, sabes que esta empresa está en ruinas.
El momento de la caída se acerca, lo sabes, padre.
Y es justo y necesario, por lo menos una vez en la historia,
padre, rendir con dignidad
y no hacer de este mundo otra vez un calvario
para cada uno de sus Habitantes.
Los mártires no te necesitan, padre.
Las guerras no te necesitan. Los necios no te necesitan.
Nadie te necesita ya, padre, y eso es tan real como este sol
romano que ahora veo hundirse en el mar.
Sé que el mundo es un círculo, es un retorno i
invariable a su origen.
Por eso hoy devuelvo las cosas a su sentido de Natura
no simularé más que hablo contigo, pongo
un alto a platicar solo,
y comienzo el conteo con la clara conciencia
de que soy mortal. Memento morí, dice la oración.
Conozco perfectamente el edificio que sobre mis hombros
está por desplomarse, y no tengo otra opción que dar
este discurso
con una pluma sobre un cielo limpio, desde la cúpula misma
de mi mente en blanco, donde pinto
ahora mi obra maestra:
una capilla Sixtina donde reposen mis restos
una melodía que cantarán todos ustedes mañana
cuando lean mi cabeza
y los espectaculares del mundo digan:
“el Papa dibujó con su sangre un bello cuadro de la Tierra”.
Y no habrá modo de ocultar mi cuerpo
ni de atribuir a nadie mi muerte, lo aseguro.
Dejaré cada cosa preparada
para que cada uno de los diarios del mundo,
y cada uno de ustedes sepa que fui yo el que soltó el disparo
el que empujó el gatillo, el que decidió terminar
esta carta con mano libre, con la certeza de ser fiel
a la sangre, y de que sobreviviré en el rojo de mi obra.
Lo único que lamento es no presenciar cuando
la casa se venga abajo.
Será hermoso el amanecer, tan hermoso
como una noche con estrellas.
Dejo la copa intacta, porque he tomado más vino
del que me correspondía.
Saludo al mundo.
Andrés Cisneros de la Cruz -México-
Publicado en la revista Estrellas Poéticas 54
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