Aceptar que una rosa te golpee el puño
es lamer el cuchillo que te da de comer.
Confesar que he bebido
es rozar los límites de la decencia.
Hablar como si un segundo rostro fuera tu espejo
es como una puesta de sol de madrugada
Descubrir que todos los caminos muertos cojean,
deja huellas que dilapidan los besos futuros.
Confesar que el país de las maravillas es un submundo a flor de piel
es corromper la ley del más débil entre abrazos gratis.
Querer que las memorias de un vasallo
sean la faz de las ruinas de sonrisa triste de un payaso.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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