domingo, 13 de enero de 2013

LIBRO


Hace tiempo, años ya, que me aprendiste,
como quien cada noche, y a hurtadillas,
repasa el libro lúbrico, prohibido,
inductor de ansiedad y autocaricias.
Volvías sobre mí, página a página,
releyendo, anegando tus retinas
de cada rostro en explosión convulsa,
cada figura a la otra entretejida,
cada gesto espontaneo o programado,
cada gemido, languidez, intriga.
Yo era el libro ilustrado
que habías estudiado, por activa,
por pasiva también, sin mí y conmigo,
con tanto de avidez, tanto de intriga.

Pasé de ser imagen, aire, sombra,
en las inescrutables galerías
de tu cerebro, a ser vino de dioses,
sangre roja, fluyendo enardecida
por venas de cristal, brindis alzado,
en conmoción de labios y rodillas.

Todas mis hojas, aunque numeradas,
se abrían al azar, tan saltarinas,
como dejándose llevar, bohemias,
bajo el prófugo impulso de la brisa.

Pero tu percibías cada frase,
cada forma, semblante, alegoría,
a fuerza de estudiar, memorizadas,
a fuerza de soñar, provocativas.

Y quedabas, a veces, en suspenso,
nube colgada, blanca estalactita,
a punto de caer…, o de romperte,
ánfora frágil, caña quebradiza.

Volvías a tu libro, siempre el libro
de palabras y láminas precisas,
manual de caminantes
para esta única senda, tuya y mía;
diario de recuerdos y esperanzas,
tantas cosas vividas,
tantas, aunque lejanas, inmortales,
porque constantemente resucitan.

Tan bien me has aprendido,
que en ti llevas mi vida entera escrita.

FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Ángeles-

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