Traigo como ofrenda
la estepa erizada de mi pecho
para que ancles la yurta
y prendas fogata.
De cara al cedazo estelar
que cubre el firmamento.
Ven a degustar mi pentagrama.
Murmullo de paz
donde no hay cadalsos
ni celadores
ni caminos con espinas
ni gorgueras de ideas.
Haremos pañuelo con lontananzas
bordeando precipicios de sima ignota.
Más allá del rumor que levanta
-si cae-
una centella.
En tus cabellos descansa el universo
como un juego de cuentas saltarinas.
Escabulle inútil mi saeta.
Artilugio que desmaya sin besar su presa.
En el profundo sur de tu cuello
quisiera depositar mi testa gris
antes que cierta hacha verduga
la haga rodar hasta su reciclaje.
Cuando vistan de sombras las pupilas
eclosionarán raíces adventicias.
Magia vegetal
con extremidades libres de gravidez.
Curvatura de carnal propensión.
Y catapultarnos al final como un misil.
Vuelo sin banderas, displicentes...
Eduardo Vladímir Fernández Fernández
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