Sentada sobre un sillón
su alteza la emperatriz,
gesto y rostro muy feliz
¡Oh! ¡Cuán hermosa visión!
Al igual que su belleza
y mi inevitable miopía,
crecen las penas mías
cuando yo miro a su alteza.
Como he de olvidar su luz
si brilla como una estrella,
la más brillante de ellas
con su salero andaluz
y su risa cascabelera
que me hace enloquecer
pues más que una mujer
una diosa pareciera.
ABEL RIVERA GARCÍA
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