jueves, 17 de abril de 2014

LOS MECANISMO EN LA COCINA (II)


Parecen seguir el mismo ritual que los actos anteriormente llevados a cabo. Margarit prepara el desayuno con parsimonioso ceremonial como si este desayuno y todos los desayunos se fundieran en uno mismo o como si cada movimiento formara parte de un todo inexplicable.

Cada uno de ellos tiene una función que parece aprehendida desde inmemorables siglos: un acto que no necesita juicio alguno. Como seres robotizados él prepara las tostadas, ella el té y los cereales; él la bandeja y las tazas; ella sirve el té humeante dejando reposar el de él unos minutos más. Luego el resto es una repetición de secuencias. Uno frente al otro imaginando o programando su día. Él se dirigirá a su trabajo como cada mañana. El beso en la puerta, la mirada evasiva, el hasta la tarde y te llamo. Ella quedará en casa, hará su trabajo e intentará escribir un libro que hace tiempo en su mundo de las ideas anda rondando y cada día con más ímpetu llama a la puerta de Margarit. Cuando abre la misma ante ella hay una figura entrañable: Buscaminas que ha regresado con vida a la campiña.

Cuando Margarit no encuentra inspiración o Buscaminas no viene a buscarla, recuerda a su amiga Virginia que le decía: “Margarit, cuando a la escritora no le vienen las ideas, lo mejor que hace es dejarlo por un rato y salir a pasar las horas, quizá bajar hasta el río, y allí contemplar las piedras, o intentar ser una de ellas”. Y ella sigue el consejo y sin mirar las horas en ningún reloj sale de casa porque sabe que está pronto el encuentro que cada día se produce en el ascensor.

Del libro El otro lado de Salvador Moreno Valencia

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