Truenan por toda la Tierra,
el cielo se ilumina por el caos
de la luz de las tormentas.
Los sellos cinco y seis se abrieron
y con ello el septenio apocalíptico.
Bosques arrasados, ausencia de los polos,
no hay estación del año
que las que marcan el fuego y el agua.
El caballo rojo, el caballo negro,
el caballo amarillo y el caballo blanco
campan a sus anchas
provocando el caos.
Océanos que engullen ciudades,
tormentas de arena en todo el mundo.
Se levantan los antepasados,
los mismos que nos avisaron
de la proximidad de la hecatombe.
Aire enrarecido, me quemo al respirar,
azufre y salitre, sorprendentemente en armonía,
alineadas para limpiar la faz
de la anarquía de la humanidad.
Se abren más sellos, suenan las trompetas
de la venida de los nuevos tiempos.
Los cielos parecen abrirse, quizás es un rayo de luz
para los elegidos a repoblar.
Alzan las copas, visión celeste
de la esperanza,
aunque la sexta se derrama y provoca cataclismos.
Tiempos de tormentas se avecinan
para todas las personas,
las que fingieron amor y no lo daban,
los que oraban y no creían,
los que prometían y no cumplían,
los de mente impía, los asesinos...
La nueva Jerusalén está al llegar
al final del camino de los septenios.
Guillem de Senent.
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