Pelo ajos
pensando
en la capacidad que tiene la carne humana
para absorber olores
de todo tipo.
A ajo, por ejemplo
a nívea o perfume, a jabón para
las manos de los urinarios públicos.
A otras pieles
A sexo, a sangre de la que nace entre las piernas.
Y luego, mientras sigo pelando ajos, me pongo
a pensar en lo difícil que es deshacernos
-cuando se acaba el ajo, la comida
la visita al urinario público
o el sexo- del olor
que en la carne ha dejado la vida.
Sibisse Rodríguez Sánchez -Oviedo-
Publicado en la revista Lamás Médula
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