(Artículo de 1916 Bronce Arecibeño)
Bravo mar. Furibundo, ululante, desgreñado, epiléptico; loco y trágico mar de Arecibo. Y frente a él, muchas calles, muchas casas, muchas vidas humanas que comían, que dormían, que morían: actores inconscientes de la lenta, larga, fatigosa tragedia del vivir. Y del fondo gris de este cuerdo, mudo, laborioso hormiguero humano -trágico sin saberlo y sin quererlo- se destacó un día él, Víctor Rojas, hombre humilde, hombre pobre, hombre negro, pero hombre de tan fina sensibilidad, de tan espléndida contextura física y moral que, sintiéndose asfixiar dentro del marco de la vida lenta y hacendosa de sus prójimos, ahitos de una cordura equivocada y trágica, saltó una tarde, retozando, sobre el lomo nervioso del mar; y la emoción de peligro y de liberación que el monstruo le brindó fue de un sabor tan raro, tan intenso, tan grato para su alma selecta, que perdió para siempre toda su discreción de buen hombre (de buen hombre amarrado con garfios a su pan, a su casa, a su azada o su hacienda, a su prole, a su nombre, cosas todas de sombra en un mundo de bruma), y, desde entonces se volvió poeta. Poeta de bronce, poeta de la acción que, hambriento de belleza y ebrio de eternidad, se peleaba con el mar y le adoraba. Diariamente él y el mar se embestían, se arañaban, se insultaban, se escupían, se maltrataban, se robaban. Pero a cada aletazo y a cada bramido y a cada escupitajo del mar, la sangre del poeta se sentía aliviada, casi alborozada por el vago instinto muy recóndito de saberse dándole a su vida una actuación y orientación más alta, más humana, más noble y más cuerda que las que marcaron el ritmo de las otras vidas discretas y lentas que en el hormiguero pusieron su afán en la empresa sórdida, pero loca y trágica, de amarrarse con garfios a una tierra que se come el garfio y a la mano también que lo ha clavado.
Pues bien... Ya en la vejez, cuando al héroe no le quedaba más savia que dar, porque toda la había derrochado en su poema de robarle náufragos y más náufragos a su novia la mar, del hormiguero humano salió una voz glacial de un honrado buen hombre que denunciaba al héroe, poeta y santo de una infracción legal; y a esta voz de buen hombre respondió otra voz más glacial todavía, pues salía de la toga de un correcto juez, y esta voz de este juez condenó al cíclope a la tortura horrenda de multa y de cárcel. Y el santo héroe y poeta que salió siempre ileso del abrazo epiléptico del mar, se volvió loco de dolor cuando sintió que resbalaba, por las líricas cuerdas de sus nervios, la viscosa sensación repugnante de una secreción de cerebro curial. Y pasó a un manicomio; y de allí al cementerio... Y un poquito después, cuando el héroe dormía, las humanas hormigas hacendosas le levantaron una estatua, en torno de la cual continúa aún la espantosa tragedia del comer, del roncar, del medrar, del juzgar, del morir...
Publicado en el blog nemesiorcanales
Compartido por Osvaldo Rivera
No hay comentarios:
Publicar un comentario