Esta historia puede parecer machista y sin duda lo es; pero es la realidad, y yo no puedo tergiversar un suceso. Así que suplicando vuestro perdón, os la cuento:
El viaje del presidente Pedro Sánchez a Mali ha sido bueno para los españoles porque les han concedido un día de permiso a los soldados de aquella lejana base y casi todos han salido pitando en los Land Rovers hacia la ciudad más cercana. ¿Adivinan adónde fueron? Una pista: llevaban un año sin acostarse con una mujer.
Pues eso, que me llamó mi amigo Venancio Picha Brava, quien después de catorce años de servicio sólo ha llegado a cabi primero, y dice que ese día lo pasó muy mal en la primera relación sexual que tuvo desde hacía catorce meses porque… Bueno, mejor será que lo cuente él, yo soy muy tímido para estas cosas. Os transcribo la llamada:
— Cucha, Juanillo, no veas lo que me ha pasao, qué desgraciao soy, cojones, ¿y tú te quejas en tu libro Cuando España Despierte de las malas experiencias que has vivido en África? ¡Anda ya, hombre, lo tuyo es el Paraíso al lao mío!
— ¿Pero qué te ha pasado, Venancio? ¡No me asustes!
— Po mira, niño: llegamo a un puticlú y pedimos un cubata. Las camareras eran tías despampanantes, imagina unas rubias en un país de negras destacando como palmeras en el desierto. Le pedí precio a una y la tarifa era de cien euros, lo cual me produjo una depresión de órdago instantánea: yo solo llevaba veinte euros. Le pedí que me hiciera un descuento y se negó: “En el piso de arriba te atenderán por ese dinero”, no tienes más que subir”, me respondió la rubia.
—¿Y qué pasó? —pregunté.
—Pues que subí a ver, ¡qué remedio! Quillo, arriba era todo lo contrario de abajo, no había luces, todo estaba a oscuras. Imagina todo negro en un prostíbulo habitado por indígenas negras. Y de pronto alguien me cogió de la mano y me introdujo en la habitación. Noté que era una mujer, cuando se apegó a mí y la abracé: estaba desnuda. Yo me puse a cien en cuestión de segundos. Tan impulsivo o nervioso estaba que no podía penetrarla.
— Aquí no, más abajo, cariño —decía ella, muy cariñosa.
Y yo, cada vez más nervioso, intentaba introducirla en el hueco que había encontrado.
— Te digo que aquí no, eso es el ombligo; ¡tienes que hacerlo más abajo!
Y ya no me pude callarme. Lleno de vergüenza le confesé:
—No chiquilla, más abajo no puedo meterla porque piden cien euros.
Y de pronto ella abrió los ojos a tope y estos parecían dos lunas llenas en la habitación oscura. Yo me asusté creyendo que era un fantasma y salí corriendo escaleras abajo,colocándome los pantalones mientras bajaba las escaleras. Y me caí. Ahora estoy de baja con la pierna escayolada.
— Vaya, pues sí que tienes mala suerte.
—¡Digo,hijo! Más mala suerte que una manada de pavos en Navidad. Bueno Juanillo, te dejo que la llamada me va a costar un ojo de la cara y tengo que ahorrar para la próxima vez que me den permiso. ¡Chao, bambino!
JUAN PAN
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