Se dibuja en el arrugado espejo un paisaje,
en trémulas trazas de colores disipados,
con estruendosos ruidos de vientos acolchados,
sobre las copas de los árboles y el ramaje,
una vereda conduce la mirada abrupta
hacia las blancas montañas de quebrada roca,
do abundan el solitario frío y la derrota
de las morales de sangre y acusada corrupta,
el sol muere tras las nubes de feroz tormenta,
y la luna carece de imprecisa presencia
no se miran destellos ni brillos en la ausencia
ni de manantiales ni una lágrima sangrienta,
detrás de las brumas de ese cielo apagado,
se percibe la figura sombría entre las sombras
de un alguien difuso caminando entre zozobras
del que sólo se puede distinguir el costado,
sobre una florecida alfombra de verde campo
resiste de pie la figura del que imagina
perdido y desorientado en su propia rutina
acaecida la muerte de un tiempo ingrato.
Quiere escudriñar en la acuarela del espejo,
intentando recorrer cada rincón y entender
la significación de los ocres y emprender
un viaje hasta el interior de su corazón viejo,
cansados los ojos vidriosos tras la cortina,
no alcanza a recordar el camino que le trajo,
ni con quién recorrió el abyecto resquebrajo
un retiro perenne tras la vieja retina,
apenas alcanza oír al jilguero en la ventana,
siquiera es consciente del frío del hogar,
abstraído en la figura del espejo al soñar,
no acuerda atender su hambre, ni al agua en la mañana,
una andrajosa túnica cubre su costal,
tras la puerta del hogar, se esconde un mundo cruel,
lo dejo abandonado a su suerte en el pincel
de aquel retrato que no puede soportar,
se dibuja en él, todo lo que logra recordar
ni sol ni luna, ni alegrías, ni tan sólo él,
difuso, confundido en paredes de papel,
muere en el alma sin que él lo sepa, sin amar.
Angel L. Alonso
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