Te diría que templaras el acero
refundiendo el corazón
en una artesa antigua de sangre,
que ocuparas el dosel de la caricia añeja,
que fueras el temblor de lo vital, de lo sagrado,
levadura del pan, perfume bueno.
Te hablaría de palomas mutiladas,
de gérmenes truncados por la mala yerba,
corazones desangrados por las aves de rapiña y
dejados gravitar hacia una muerte en sombra.
Te hablaría del desierto, del vacío,
del tren que no es un tren
si no lo espera nadie,
del escaso dios que deja
la batahola gremial de los narcóticos.
Te hablaría del infierno, si supiera.
Pero yo, constante humo,
me he esparcido en el aire y...
ya ves, ya ves...
Sólo se hablar de la rosa.
Del libro Azumbres de la noche de
Mariano Estrada
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