Viene con lentitud,
casi con parsimonia,
pero, como ave de rapiña
que no suelta la presa,
va minando el impulso
de nuestra sangre, socavando
la firmeza del corazón
y restándole bríos
al indómito potro del espíritu.
Nadie la invita, ella sola
se mete por las grietas insondables
de la fontanería corporal
y, lentamente, va quemando astillas
del poblado almacén de las neuronas.
Y de la piel, que se resiente,
y de la carne, que se humilla,
y de todas aquellas ilusiones
de la ardorosa juventud
que, resignadas, buscan junto al fuego
un tranquilo rincón para dormir.
Del libro Gotas de hielo de
Mariano Estrada
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