Somos crueles con nosotros mismos,
Ensimismados y cabizbajos
ante la contemplación de la vida,
enajenados y parcos.
Heme aquí naufragado, sustraído de otros,
Ellos. ¿Quiénes?
Los que sucumben de hambre,
los desamparados.
La retahíla pasa delante de mis ojos,
delante de mis pies.
No muevo una palabra o niego un gesto de solidaridad.
Pasan como si no pasaran manojosde hombres.
Y gritan con deslumbrante voz.
Soy mudo y sordo a la vez.
Las pancartas con leyendas de reclamo,
hago como si no miro, como si no amo.
Arralada va la multitud andante,
veo que no estoy solo,
hay miles como yo,
secos, parcos y distantes.
¿Cuál es el miedo? Me pregunto,
de lo estupefacto de la conmoción antisocial de mi ser.
Qué importan los demás,
Pero no.
En lo más profundo de mi conciencia,
en lo íntimo de mi mirada,
allá está una resonancia de pregunta.
¿Qué maldito eres, por qué no luchas?
Al avivar mis recuerdos,
una vez en lo moribundo de mi necesidad,
vi una mano tierna, franca, segura.
Me regalo un vaso de agua para refrescar mi cuerpo.
¡Ahora recuerdo!
Una vez caí y me raspé la rodilla,
alguien corrió con bayeta
y alcohol, me curó.
¿Quién era ese alguien?
Tal vez mi madre, mi padre,
mis hermanos.
Quizás una tía o mi tío;
un ser nutrido de sentimientos superiores.
¿Por qué no se lucha?
Quizás porque se desconoce
que uno puede morir a cualquier rato,
Pero no dignamente, luchando.
Uno puede morirse en el suelo,
pero con la mirada encumbrada.
Uno puede morirse por uno mismo,
pero también se puede morir por la humanidad.
Somos crueles con nosotros mismos,
no queremos luchar,
no por uno, también por los demás.
Ante la contemplación de la vida,
también se puede morir por la humanidad.
Misael García Consuegra.
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