Empecé a vivir mis veinte años
entre amores que llegaban y partían,
no todo fue alegría, viví desengaños,
ilusiones vanas que se perdían.
Entre los sueños que quise realizar
me encontré la más bella ilusión,
un amor inesperado me vino a sanar,
haciendo de mi vida su visión.
Y quedé libre pero atrapada
por el canto de su voz que fascinaba,
al ritmo de una melodía soñada,
coro de versos que me encantaba.
Recuerdo la dulce caricia al atardecer,
no había nada mejor que tocar su piel,
olvidaba mis libros para dejarme querer
y dormir a su lado bajo el árbol aquel.
Sus poemas alienaron mi solitaria vida
fueron entonces, la mejor ideología
para un alma desconectada y extrovertida,
perdida en una aparente verdad sombría.
Supe que lo más bello se escondía
en cada palabra, en cada metáfora
que sin saberlo, ya era canto y poesía
y de rimas estaba llena mi ánfora.
Porque ese amor que se ansía tener
te abre la ventana de la lucidez,
no te crea dudas y te deja ser,
nunca de tu pensar es señor o juez.
A los veinte años lo encontré,
después, se fue... se fue,
mi corazón sabe que le fallé
aunque nunca supe... ¿por qué...?.
Desde entonces me acompañan,
sonetos que en la noche me despiertan
con sus rimas, quejas que arañan;
a los recuerdos que en silencio disertan,
creyendo que a mi corazón engañan
con el eco de un pasado que aún sujetan.
Lyda García Espinosa -Colombia-
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