Viviste una vida asombrosa para redimir al ser humano pecador, perdonar nuestros pecados y entregar tu vida con humildad, para salvar a la humanidad de una gran oscuridad y mueres en Cruz del Calvario para nosotros entrar en el reino de Dios y gozar junto a Él. No viniste a este mundo a enseñarnos a portarnos bien pero a capacitarnos para conducirnos bien y nos justificaste y nos reconciliaste con el Creador, para tener vida eterna justa, llena de confianza y de gran fe, dedicación y comunión con Dios.
Con tus Evangelios, doctrinas cristianas y parábolas aprendemos que eras bueno y recto, un maestro de moral, ética y más que un hacedor de milagros. Sanaste enfermos, hiciste caminar a los cojos, abriste los ojos a los ciegos, hiciste oír a los sordos y hablar a los mudos, resucitaste a algunos entre la muerte...
Son tus enseñanzas y principios que fortalecen nuestra fe, dada por tu sabiduría y conocimiento de Dios cual fuente de alegría en esta y en la otra vida. Eras santo inocente, sin mancha, apartado del pecado.
Jesús eras más sublime que los cielos y cuando te maldecían, no respondías con maldición, cuando
padecías, no amenazabas, te encomendabas a la causa, al que juzga injustamente. Debemos creer en
las Escrituras que enseñan y a confiar en Jesucristo, nuestro Único Salvador, que es la cimiente para
ahondarnos en sus enseñanzas profundas, llenas de belleza, de capacidad al transformar al ser humano, al enriquecernos con tu comprensión y conexión con el Señor. Fuiste humano pero también ser divino.
Aprendiste a trabajar como tu padre en la madera, a tocar un instrumento musical, fuiste popular con
tus mensajes, buen estudiante y buen hijo, fuiste padre para tus hermanos con la muerte de tu padre,
José, viviste una vida sin pretensiones y con a altibajos, igual que todos nosotros pero tuviste una rica vida interior la que te lleva a tu verdadera misión en este mundo y ejecutaste la misión y voluntad de tu Padre en el Paraíso y nunca abandonaste tu vida puramente humana junto a tus responsabilidades.
Jesús, eras fiel en los deberes como miembro de familia, destacado ciudadano de tu comunidad, donde te dedicabas por completo a tu misión, a proclamar la buena nueva, la afiliación de Dios con el hombre y la salvación por nuestra fe. Entonces, tuviste una vida incomparable y nos dejas mensajes, enseñanzas que no te pueden comparar con nadie porque eres tan sorprendente y transformador tras el valor de tu palabra y tu dedicación a Dios. Sólo Tú, Jesús, nos puedes salvar y redimir nuestros pecados y ser salvos.
Rosa Elizabeth Chacón León -Perú / Estados Unidos-
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