Hemos de morir tan frágiles como vinimos al mundo.
Nuestros cuerpos serán hierba, robles petrificados,
piedras mansas en recodos ocres.
El polvo se adueñará de lo que somos y nos vestirá de silencio humano,
para hacer cantar a las cumbres, a los nevados, al charco, a la ceniza.
Volveremos a recibir las noches y sus oscuridades, entonces;
las tormentas y sus relámpagos, entonces.
Y todo será enigma,
inexorable vacío que puebla la existencia,
implacable e iracundo silencio que estrangula.
Nadie lo supo, tan solo lo intuimos.
La muerte es metamorfosis del polvo que se cubre de sustancia y vive,
mientras dura el eco de la palabra.
Es la arrogancia del gesto de eso que llamamos Dios,
en medio de otras alteraciones:
leve movimiento que nos arranca y nos arroja a la muda,
como eterno retorno a ser ceniza de lo que será por el instante.
Accidente, para algunos;
existencia, para otros.
Javier Domingo Aruquipa Paredes
Publicado en Fuegos del Sur
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