Iré lejos detrás de las murallas.
Lejos de la voz de los hombres
que gritan cuando yo enmudezco.
Iré sola como el perfume de los vientos,
la caja de Pandora abriendo el peldaño
dela aurora.
Mis pisadas se convertirán en oasis lejanos
donde poder divertir a los duendes.
El angulo convexo
no pueda volverse cóncavo.
Ni la verdad entre los cuatro clavos
de Cristo amortajado por la usura.
Iré lejos de la usurpadora voz de la nieve,
la dama grisácea durmiendo en mi mármol.
Me iré lejos.
Lejos de esta estirpe carroñera
que calienta mi cuerpo,
las manos metidas en los abrojos.
Someteré a juicio el sol,
a Dios metiendo las llagas en mi herida,
los nefastos buitres comiendo mis sobras,
la solitaria imagen de tu amor en la trastienda.
El supermercado vacío de tanto vértice.
Y aunque me vaya lejos,
casi al sol,
casi al estuche de mi sola presencia,
masticando el cigarrillo de la soledad
que no fumo,
me convertiré en un extracto bancario lleno
de sangre roja,
sangre hiriente,
sangre maléfica,
desvirgada como un rosal en otoño,
como el vagabundo ocupando cartones
en las salas de espera de la melancolía.
Me iré tan rápido como llegue,
para que nadie se percate de mi sombra en la farola.
Me iré lejos, muy lejos,
casi matándome,
casi muriendo,
casi llorando,
casi bebiendo,
casi seguro,
en un temblor de tierra
entre mis huesos.
ISABEL REZMO -Mérida-
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