jueves, 30 de junio de 2016

DOLOR


“¿Los artistas sufren más?”, alguien me preguntó.

“Eso dicen”, cabizbaja contesté.

Siendo artista se sufre más, pues al no tener encadenados los pensamientos, la sensibilidad es inherente a ellos.

Aman sin restricción, pero también llevan impregnados los momentos de risas apagadas por farisaicos besos, deseando romper las burbujas transparentes y a la vez duras como el acero, impidiendo el paso de los afectos que su amor les ofrece.

Les duelen los abusos. Perciben el sufrimiento de la mujer callada ante la displicencia de su esposo.

En protesta por la crueldad de ese horripilante varón, usa su único recurso: plasmar el rostro de ella en el lienzo, pintando la hermosura de su interior.

Su poesía honra con Nanas al niño mal llamado “de la calle”. Dolidos reclaman a los seres que nunca debieron haberse unido, ni tenido el honor de ser padres.

Al percibir su corazón latiendo sufren, pues al morir no gritarán más verdades.

Lloran cuando los hijos de un pueblo están ausentes, pero no de su patria sino de sí mismos; ausentes de su propia existencia, huidos de su realidad.

Quizá la leyenda de Van Gogh sea cierta, y él cortó su oreja al ya no soportar el cúmulo de voces maldicientes sin cansancio, lastimándose entre hermanos.

Sin duda el artista sufre más, pues ve con el alma y no con los ojos del mundo común; dilucida aquello que el mundano no percibe.

Victoria Falcón Águila
Publicado en Ágora 13

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