Te siento orinar en la noche.
Voy adivinando cómo claudicas
y te rindes porque las sombras
te podrán defender de celadas
y trampas confesables,
pero no ocultar el ruido suave
de ese líquido ámbar
que tu cuerpo expulsa
y queda clavado
en la opacidad de la habitación.
Se mantiene allí tranquilo,
breve, listo para asaltar
el pobre bastión de mi sueño
cuando ya has terminado el rito
y vuelves a la cama
como una luciérnaga
deseosa e insaciable…
Ernesto R. del Valle -Cuba-EUA-
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