Llovía sin parar. La humedad nos calaba hasta los huesos; el paraguas del vecino nosnobsequiaba con hermosos chorros de agua que hacían la competencia a los de la Fontana dei Fiumi de Piazza Navona. Caían por el respaldo de las sillas hasta llegar al asiento, traspasando la ropa con la consiguiente humedad interior hasta llegar a lo inimaginable.
Así durante cuatro horas y media.
No cabía un alfiler en la Plaza de San Pedro; todos juntos, apretados hombro con hombro, unidos por la misma fe y el mismo espíritu patriótico. Fue el Jubileo de las Fuerzas Armadas de diversos países; naturalmente, católicos.
Era gozoso contemplar nuestra Bandera y a nuestros soldados por las calles de Roma, escuchar nuestro idioma y sentirnos todos hermanos.
El Santo Padre, Juan Pablo II, en sus palabras dirigidas a todos los militares y sus familias, dijo, con orgullo, que era hijo de militar y que se sentía muy cerca de nosotros.
Nos emocionó.
Todo el sacrificio que supusieron las horas bajo la lluvia, el frío y el cansancio, no fueron nada comparado con la emoción de estar ese día, y en ese momento, recibiendo la Bendición Papal tras la celebración de la Santa Misa en el marco incomparable de la Piazza di San Pietro.
Se veían uniformes de varios países y se escuchaban distintos idiomas. Era extraordinario escuchar y contemplar a pesar de la confusión que reinaba; confusión que te ensanchaba el corazón y te humedecía los ojos.
El día anterior, sábado, se celebró un Vía Crucis que también fue muy hermoso: Nuestra Bandera ondeaba en la Estación 11, y allí estaban nuestros hombres de los tres Ejércitos, Policía Nacional y Guardia Civil, vistiendo sus uniformes. Comenzó a las cinco de la tarde y enseguida anocheció, momento en que comenzaron a encenderse las velas que nos habían proporcionado al llegar, con la consiguiente palmatoria en forma de lámpara de Aladino. Unos a otros, nos íbamos pasando el fuego, sin palabras, como cumpliendo un ritual.
La Guardia Suiza del Vaticano, dio su toque de color y vistosidad al acto penitencial, haciendo trabajar a destajo a las cámaras fotográficas.
Nuestra Guardia Civil lucía su uniforme por calles y plazas de la Ciudad Eterna para regocijo y satisfacción de todos los españoles que allí estábamos: mil quinientos, llegados de todos los lugares de España.
Finalizó tan entrañable peregrinación con una comida de hermandad presidida por nuestro Arzobispo Castrense, Monseñor Estepa.
Fueron unas jornadas vividas con una gran carga de Fe y Patriotismo: virtudes que son patrimonio del Alma.
Isabel Velasco (Sevilla)
Publicado en la revista Aldaba 30
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