martes, 31 de mayo de 2016

LARES Y PENATES


No me gusta el protagonismo en actos sociales, desde luego, pero ayer ejercí de padrino en la boda de mi única hija, como no, por mi hija haría el pino. No quiero hacer una crónica de esta preciosa ceremonia que supone una nueva etapa para hijos y padres en el tradicional ambiente familiar patrio. Vienen de largo las bodas como uno de los más relevantes acontecimientos sociales. Pero, si me apetece trasmitir un pequeño esquema, perfectamente documentado del protocolo en las bodas de la antigua Roma, que como en tantos otros prolegómenos de nuestra vida, han sentado cátedra en cuanto a costumbrismo y tradición.
Pensamos ahora que somos los inventores del boato y los ritos protocolarios pero, las bodas en la antigua Roma, eran verdaderas ceremonias.
En vísperas del día señalado para los esponsales, la novia dedicaba los juguetes de su infancia a Lares. Al día siguiente, la casa de la novia era decorada con ramas de árboles provistas de hojas y flores.
La novia era asesorada por la pronuba, una matrona casada una única vez y que aún seguía con su marido. Ella juntaba las manos de los novios, acto seguido por una declaración por parte de la novia. Cumplidos estos ritos, se celebraba la cena nuptialis en la casa de la novia. En el banquete participaban los familiares y las amistades, prolongándose el evento hasta el atardecer. Luego se producía el deductio, una simulación del secuestro de la novia por parte del novio: ésta se refugiaba en los brazos de su madre, mientras el novio fingía que se la quitaba, acompañado el acto con lamentos y lágrimas fingidas. Luego se daba inicio al cortejo, en el cual se encendían unas antorchas que trazaban el recorrido que conducía a la esposa a la residencia de su marido. La joven era acompañada por tres niños, que tenían a sus padres aún con vida. Dos niños iban tomados de la mano al lado de la novia, mientras que el tercero iba delante con una antorcha de espino, que había sido encendida anteriormente en la casa de la esposa. Se consideraba que los restos de esta antorcha tenían la capacidad de otorgar longevidad, por eso eran distribuidos entre los participantes. Los niños o la novia cargaban una rueca y un huso, símbolos de la vida doméstica. Al día siguiente, la esposa, se vestía con una stola de las matronas, se realizaba una ofrenda a Lares y a Penates. Ese mismo día se celebraba un nuevo banquete reservado para los familiares de los recién casados.

MIGUEL CAMUÑAS

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