La ciudad me mira como a un ser incógnito, inconexo, deambulante.
Hoy, incluso he observado que me expulsan del lugar como a patadas,
como a un racimo de uvas desparramado.
Soy un náufrago en Saigón, un arlequín en París
sin santo ni seña y, la ballesta, me hirió en lo más profundo de mi ser.
por ello, me siento de papel, sin voz, ni voto, sin fecha de caducidad,
un artefacto nocivo que lucha a la intemperie,
sin ni siquiera un café pendiente que abrigue mi pasado y mi presente.
Me reservan el derecho de admisión.
Madiba, ya no está para ayudarnos. Nos queda Conan el bárbaro, el destructor.
Yo podría haber sído como Einstein –me dormía en las clases–,
o como el Capitan Trueno. ¿Por qué no?
Probablemente me quedé en Manolito gafotas y es este mi destino,
aunque me hubiera gustado ser como James Dean , en hombre,
o Marilyn Monroe en mujer; bueno, qué tal Rock Hudson y así no me complico.
Madiba ya no está. ¿Quién nos podrá sacar de este naufragio?
¿Quién nos liberará de esta derrota? Sin héroes, sin Ulises ni Perseo,
sin griegos ni troyanos, ni hispanos, incluso sin la Central del Banco Americano.
–Todos han muerto–
Quién nos liberará de esta prisión del todo… Made in Japón.
Los chinos nos invaden, mas la gran tecnología nos apoya.
Me queda mi Ipad SOS. Y aunque todos me ignoren
yo me siento tan sólo un tecno-extraño.
MARICRUZ GARRIDO LINARES
Publicado en la revista Saigón 22
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