Hay días en los que salgo a la calle sin ropa.
Enseguida, cuando saludo al vecino de siempre,
al que se camufla entre los pliegues y rozaduras de su fachada,
encuentro mis calcetines.
Al torcer la primera esquina los calzoncillos de kukusumusu o algo así,
caen en mis manos que ni pintados.
Según voy enterrando minutos y pisadas,
me encuentro pantalones, zapatos, camisa, jersey a juego con el reflejo de mi sombra y una chaqueta que fue de mi suegro.
Voy vistiéndome por los pies o por la cabeza,
no lo recuerdo, total, al día siguiente volveré a salir a la calle
desnudo de la piel para afuera.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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