Yo sabía que estaba solo, lo vi, lo palpé, lo dibujé en el estómago del paisaje, ¡Cuánto decían sus silencios!, ¡Tanto…!, casi eran gritos. Moviéndose entre senderos cavernosos, sufriendo entre las rocas y los huecos la lacerante llama viva de sus ancestros, al mismo tiempo la poesía en medio del infierno, el alma expuesta a los olvidos, la piel tallada por los vientos, guijarros rodando en el vacío, cielos y precipicios detenidos en el tiempo… Caminando mañanas de alforjas y canto, derramando semillas en ríos de arena, peleando la siembra, retornando siempre tras los pasos del eco, alzando la mirada entre cactáceas, jugándose la vida entre montañas, sacando de las entrañas de la tierra singular belleza, volcando en lenguas de piedra y metales milagrosos sus defensas, sus nostalgias, sus desvelos, siempre un paso más allá de las leyes imperantes que rigen el universo: frío, calor, hambre, enfermedad, ¿justicia?...
Yo sabía que estaba solo, como un animal indefenso entre sus cabras, desafiando aún los crímenes blancos de su esencia, la incomprensión egoísta de supersticiones, esperanzas, creencias, que conocía tan bien como su mano reseca la verdadera historia escondida bajo la tierra, la de su raíz, la de sus leyendas, él sabía que las majestuosas obras de los orfebres de su raza les habían sido arrebatadas con violencia por urgencia de piratas, dejando la plástica indígena y sus almas en abismos de distancias sin el místico juicio de su pueblo.
Caminaba lentamente, al ritmo de los años, transmitiendo sabidurías infinitas en siglos poblados de silencios: Almas de barro, dioses de sol y lluvia, de luna, de impuestas cruces, de carnavales de fuego y máscaras, de ejércitos de mártires viviendo en piedras abiertas a los cielos de los cementerios.
Yo sabía que sabía, y que se estaba muriendo. Muriendo en sus descendientes, en las risas de sus juegos, en las rondas de niñas indias con sus cabellos al viento, negros como la noche de los tiempos.
En ese instante infinito se condensaron los siglos, en una única mirada detenida y acuciante me reveló su pasado, cuando explotaron sus cuerpos, cuando gastaron sus fuerzas, cuando sometieron su voluntad, sus creencias y convicciones, cuando ocuparon sus espacios, sus dominios, cuando violaron sus tumbas, cuando tiraron por tierra sus conquistas, pisotearon su cultura, sus dioses, sus monumentos, cuando les quitaron la libertad y le vendieron a la sangre joven de su pueblo una historia distinta entre masacres y condenas a toda una civilización con un alto desarrollo de inteligencia, razón poco conveniente para los falsos dioses en sus cabalgaduras socavando y juzgando, prometiendo y persiguiendo, apagándoles el canto ofrecido a sus mitos…
Yo sabía que estaba solo moldeando lodo, mordiendo polvo, idolatrando semillas, tejiendo historias contenidas, las que se llevaron las bestias poderosas hace quinientos años atrás…
Aún están abiertas las heridas y me sentí culpable de la historia mentida, me sentí culpable de sus ojos viejos, de sus ojos muertos, persiguiendo por instinto el vuelo del ave rapaz, acompañado por ejércitos de espíritus fuera de sus tumbas, escuchando el lamento de las cumbres repetir, repetir y repetir en el eco, el lastimoso himno de los indios muertos…
Premio Mención - Sur de la Pcia. de Bs.As. (Ayacucho-Azul-Tandil ) en Homenaje a los 500 Años del Descubrimiento de América
Marta Lìa Brossa -Argentina-
Publicado en la revista Mapuche 67
No hay comentarios:
Publicar un comentario