¿Cuándo fue ayer? ¿Cuándo me dijiste cualquier cosa? ¿Cómo fue el tiempo en el que el tiempo apenas contaba? ¿Dónde se pierden las fuerzas y se gana la ambición? Es fácil acomodarse a lo que se tiene y creer que es esencial la posesión de lo que no es sino algo prestado, como todo lo que hay o será en este mundo de sueños que vivimos.
Somos materia e irrealidad, islas perdidas en un océano de misterios. Para no enloquecer debemos inventarnos la historia, creernos que desenrollamos el hilo que las parcas, pacientes, nos han dado al nacer, cuando es el hilo el que va deshilachándonos y dejándonos al final como al principio venimos: desnudos.
¿Lo oyes? Es el sonido de tu propia respiración. Mueves tus manos buscando algo a lo que agarrarte, mas sólo encuentras un enorme e impalpable vacío. Aspiraste aire y olvidaste oler las flores, igual que agarraste una piel y fuiste incapaz de palpar, un cuerpo. Gritaste de ira y no supiste murmurar una palabra de perdón.
No, no mires atrás. Te equivocaste, lo sabes, pero el atrás, el pasado, no tiene más sentido que el futuro que se desconoce. Sólo el presente, ese compañero variable e inestable que siempre está con cada sombra con sombra, es asequible, aunque sólo sea por el breve momento que transcurre entre lo pretérito y lo vivible.
Francisco J. Segovia -Granada-
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