La presa grita,
se revuelca.
Ve que es desentrañable
la madeja.
Se muerde.
La aplasta la impotencia.
Busca afanosa
una punta, lógica
un final que les avergüence.
Un testigo
engendro del mal
y del soborno,
remueve un puñal
y amortaja a la presa
que calla.
Los otros fuman- sonríen
con la malicia asomando
satisfecha
bajo las cejas.
El testigo
que usado y tirado
no ve su ira satisfecha
al ver a la presa callada
y a la ignominia compuesta.
Hilda Augusta Schiavoni -Argentina-
Publicado en la revista Palabras Diversas 44
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