Sólo duró lo que un instante dura
aunque un instante pueda ser eterno.
Tenía trece años solitarios
sin otra compañía que aquel cuerpo
que una metamorfosis transformaba
en orgullos de músculos y miembros.
Un volcán imprevisto despertaba
bajo el breve y oscuro púber vello.
Tembló todo mi ser, sentí un espasmo
y se fundió en mi sangre el Universo;
el paisaje se hundió volatilizado
y dejaron de estar espacio y tiempo.
Un estertor viví, grande y gozoso,
de muerte, más bien de nacimiento.
Sólo duró lo que un instante dura,
pero puedo juraros que fue eterno.
A mi ser retorné, vomitó el Cosmos,
y me encontré, tendido y en el suelo,
con un lirio de carne entre las manos
-pecho jadeante, ojos entreabiertos-
y el vientre florecido de narcisos
y salpicado de blancor de almendros.
Fue una experiencia hermosa, inenarrable;
fue el más trascendental descubrimiento.
No volvería a estar solo
había encontrado
el placer y la angustia de mi cuerpo.
Del libro “DE LA ETERNIDAD DE LA BELLEZA” de
PASCUAL-ANTONIO BEÑO GALIANA -Ciudad Real-
2º Premio, XXVII Certamen de Poesía Searus, 2004
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