Mañana comenzaré a vivir el primer día de mi futuro.
Dejaré atrás este presente para trasvasar la nueva puerta sin cargas ni mochilas.
Nada quiero llevar, sólo este sutil vestido, estas ojotas con flores entre mis dedos, la trenza larga, abundante, prolijamente enlazada, y el alma pura, impoluta, como la que traje cuando vine a conocer este mundo.
Tampoco llevaré riquezas ni costumbres. Necesito sentir nuevamente la capacidad de asombrarme, confiar, reír y disfrutar de las pequeñas grandes cosas de la vida y que hasta ahora no vi.
No usaré relojes, no soportaría ni horas ni horarios.
Sólo le pediré al sol, que corriendo por el cielo, me susurre en la piel el sentir de la mañana con su brisa fresca y el trinar de las aves saludándose entre ellas en una clara señal de convivencia.
Que cuando me abrace el cuerpo acariciándome con vehemencia sabré que ha llegado la tarde.
Y luego, si me inunda de silencio el alma, bañándome con el perfume de sándalos y glicinas y me regale la paz inigualable, la quietud, la sensación de infinitud, de asombro, de descanso, sabré que por fin ha llegado la noche.
Me sentaré en el porche de mis recuerdos mirando a la dama de plata de rostro triste y peregrino -aunque sumisa en su eterno deambular- y le pediré a esa eremita de la noche me dispense con su polvo de estrellas haciendo que olvide pasado, costumbres, sensaciones, deseos.
Quiero empezar el primer día de mi futuro de la misma manera que lo hice el primer día de mi pasado, quizá entonces logre aprender a vivir y a ser feliz.
Marta Díaz Petenatti -Argentina-
Publicado en la revista Arena y Cal 204
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Hace 2 días
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