En las entrañas del ocaso
los violines ejecutan la danza del milagro.
Una flor, nacida del destiempo
suelta la lágrima,
y cae en el ardor de una herida.
Eternidades de soles
tejen equinoccios
en la urdimbre de la noche.
En ese arrullo de sinfonías
late la vida su costal sagrado,
en esta existencia,
demencial y breve.
Así la noche se va pariendo
con galanteo de siembra frutecida,
y la mañana despierta en llamaradas
con sueños tatuados entre las sombras.
La vida cobra esplendor de aurora,
y vuelve todo a renacer.
El hombre entonces
puede encontrase con la cordura
y comenzar de nuevo desde su piel intacta,
porque sabrá que llega el instante de la muerte
y si apostó al amor, no ha sido poca cosa.
VÍCTOR HUGO TISSERA
Publicado en la revista deliteraturayalgomas
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Hace 2 días
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