Dobla las rodillas con una elegancia superlativa; sin permitir que su cuerpo pierda la vertical. Un movimiento estudiado sin duda, pero tan bien aprendido que sorprende con su naturalidad a los galanes que clavan los ojos en su estilizada figura.
Con la bolsita que acaba de sacar del estuche enganchado en la correa del caniche, levanta el excremento que el can dejó sobre la acera.
El caniche es macho.
El único macho que no la abandonó luego de conocerla un poco.
Fernando Puga -Argentina-
Publicado en la revista Ficciones Argentinas
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Hace 2 días
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