miércoles, 21 de agosto de 2013

CAMBIO DE CINTA

(Artículo de 1921)

     En la pasada decena comenzamos nuestra croniquilla con las reparaciones. Las reparaciones eran el tema del día, el asunto que ocupaba las columnas, de cal y canto, de la prensa matinal.
     Pero al asunto de las reparaciones le ha salido una posdata que lleva trazas de ser más larga que la carta. ¿Cómo se llama esta posdata? La cuestión de la Alta Silesia, película de más movimiento que la anterior. Hace en ella de héroe un tal Korfanty, quien, aburrido de esperar que la región silesiana se le entregue graciosamente a Polonia, como era de esperarse después de un plebiscito en que le había tocado a Alemania, sacó el sable y echó por la calle de enmedio, resuelto a no dejar títere con cabeza hasta no salirse con la suya: todo a estilo polaco.
     Francia, o aquella parte de Francia que usa casco fochiano, sucesor del casco prusiano, miraba complacida la barrabasada polaca (sabia combinación elaborada por la diplomacia de ambas naciones, madrina y ahijada, para reírse del plebiscito, ajudicándole a Alemania los votos y a Polonia la tierra), y mientras los italianos de la Misión interaliada, no queriendo ser cómplices del desaguisado korfantiano, caían bajo las balas polacas, y los ingleses hacían causa común con los italianos, los soldados franceses fraternizaban con las hordas polacas y hasta sus mismos generales alentaban abiertamente a los autores del golpe de mano.
     Así iban las cosas... cuando he aquí que aparece un nuevo personaje en escena. Es nuestro conocido y admirable acróbata inglés, el gran Lloyd George. ¿Qué hace Lloyd George? Se va derechito a la Cámara de los Comunes y allí, ¡oh sorpresa!, condena como una odiosa fechoría el golpe franco-polaco y dice ¡horror! que hay que jugar limpio con Alemania, y que si el Tratado de Versalles se ha aplicado en contra de ésta, no sería decente dejarlo de aplicar en lo que la favorece.
     Y, no bien hubo acabado Lloyd George su catilinaria, los diarios franceses, que hasta ayer mismo se habían pasado los días y las noches cantándoles las más ditirámbicas loas a él y a Briand, cuando ambos cofrades se juraron amor eterno al pie del ultimátum contra Alemania, prorrumpieron a coro en las más envenenadas diatribas contra nuestro hombre, llamándole desde "traidor" hasta "germanófilo". ¿Germanófilo? Sí, señores, así como suena. Si dudáis, a "La Prensa" de ayer, 15 de Mayo, me remito. Era cuanto nos faltaba que ver en este mundo loco que siguió a la guerra. ¡Lloyd George calificado de germanófilo! ¿Verdad que es gracioso? Pero así es, así ha sido y así será siempre, por los siglos de los siglos, el mundo monstruoso del capitalismo. Inconsecuente, impulsivo, atravilario, feroz, dispuesto a condenar hoy lo que ensalzó ayer, sin otro instinto propulsor que la gula. ¿Cómo va a ser de otro modo, si no tiene otra filosofía, otra norma que ajuste el ritmo de sus actos, que la del lucro particular, el beneficio de cada uno para cada uno? ¿Qué otros frutos puede dar esta filosofía de gorilas que los que está dando?
     Por un momento los véis unidos, abrazados estrechamente en la más íntima y edificante comunión de pensamiento. Y os parece que aquello es la paz. Pero ¡ay!, no es la paz. Es simplemente una reunión de lobos que están en acecho de algo que comer, de algo que repartirse. Pero aquel mismo apetito que los une un momento los desune un momento después. Basta que sobrevenga un incidente cualquiera que encienda la chispa de los recelos --latente siempre allí donde no hay otra cosa que hocico y mandíbulas-- para que al aparente concierto de voluntades suceda un concierto de gruñidos... y a Dios que reparta suerte.
     ¿Se romperá la Entente? --se pregunta alarmadísimo un corresponsal--. Claro que sí, señor, claro que sí. Si no se rompe hoy, lunes, por culpa de Korfanty, se romperá mañana, martes, por culpa de cualquiera otro. No es necesario ser profeta para ver que el imperialismo francés, aquejado por la loca ambición de salvar su vida agonizante mediante una transfusión de la poca sangre que aún le queda a Alemania, no puede seguir ni un día más arrastrando en su vertiginoso correr de fiera herida al imperialismo inglés. Los dos imperialismos tienen hoy intereses contrapuestos. Al francés le conviene que haya camorras incesantes en Europa para hacer de Pepe el Tranquilo, y con ayuda de Polonia, no dejar mina que no haga suya. Al inglés, por lo contrario, le conviene una Europa pacífica y sin problemas, pues sólo así podrá dedicarse, ya sin líos y revueltas exteriores, a hacer frente a sus líos y revueltas interiores, y, sobre todo, a buscarles donde ganar un bocado de pan a sus innumerables trabajadores sin empleo.

Publicado en el blog nemesiorcanales

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