Hagamos crítica constructiva, no destructiva.
Por Leonora Acuña de Marmolejo. U.S.A
No hay ejecución sin idea, y por ello la expresión humana es
trascendental ya que inmortaliza, por decirlo así, al hombre. La literatura en
cualquiera de sus formas (poética o prosaica), y con su extensa gama de
aplicaciones, ya sea para el teatro, la radio, la televisión, la prensa o por
cualquier medio de difusión hablado o escrito, va dejando la imagen de una
época con su historia, sus problemas sociopolíticos, y sus costumbres, lo cual
equivale a decir que es la huella del hombre sobre el tiempo. La literatura
revela pues, al suceso social, cultural y biológico de nuestro desarrollo humano
en el proceso de evolución. Es lógico que la influencia de los clásicos, y los
grandes escritores de nuestra preciosa Lengua Cervantina, nos haya dejado
grandes enseñanzas y sus huellas internalizadas en nuestra mente; y es
también lógico y muy normal que esta influencia sirva para iluminar nuestra
ruta, pero no exijamos con cerril capricho, que los nuevos valores que emergen
con tanta feracidad y originalidad deban transitar solamente copiando a los
maestros antecesores, porque encajonándolos así, mataríamos su
espontaneidad, su ingenio, su creatividad y audacia, y entonces el idioma no se
remozaría.
Dejemos que la imaginación dé talentos nuevos con pujanza, y que
como una riada de guijarros se desborde; luego busquemos con ánimo
estimulante, con un margen de apoyo y elasticidad (no queriendo decir con
esto que los juzguemos con un metro permisivo), las gemas que en la playa
de su ardorosa creatividad tengan merecimiento. Así, luego iremos al fondo
de sus aguas y encontraremos el tesoro. Es necesario exigir para no caer en
la mediocridad por una débil aceptación (huérfana de criterios cualitativos) de
expresiones fútiles, intrascendentes, sin lógica ni talento, ni fondo literario de
peso. Pero no objetemos las nuevas obras con demasiado perfeccionismo,
aunque ésta sea la meta que el arte demande, porque de esta manera no
tendrán oportunidad de surgir y mejorar los noveles que bien pueden ser
cerebros con un potencial muy prometedor. No hagamos crítica, intimidante,
acerba, derrotista ni destructiva. Hagamos la crítica que por sana, clara y
noble, sea estimulante y constructiva, mostrando soluciones y avenidas,
porque de otra manera, el miedo al rechazo puede hacer presa fácil en los
espíritus tímidos, y asesina por decirlo así, su inicial y audaz propósito de
expresión y entonces, el verbo floreciente muere en la boca inteligente quizás
sin haber podido enriquecer nuestro idioma.
Demos cabida a inquietas tendencias para que al manifestarse,
sepamos de los nuevos valores cualitativos y cuantitativos en su producción;
luego podrá venir la vendimia y con ella la escogencia. Mas inicialmente,
permitamos que noveles exponentes, den muestra de su ingenio y su talento
creativo y artístico con nuevos estilos y modalidades, bajo la impronta
personal de su autoría. De esta manera habrá espíritus de superación, y no
valores en derrota. De lo contrario, estaremos estancados porque no habrá
transformación, y a lo mejor muy dolorosamente, habremos asfixiado los
genios de una generación.
Repito que si la crítica es demasiado acre y severa, quien no tenga
un espíritu recio y tozudo y una voluntad persistente, no superará el
desaliento y como un bosquejo borrado para siempre del lienzo de nuestra
cultura, caerá en el silencio y en la sombra. Y sin despertar más el argumento
y la semilla latente -dando rienda suelta a su ingenio y a su inspiración o
fantasía-, desertará de su empeño sin haber pulido su oro maleable. Por todo
lo antes dicho, el oficio de quien hace crítica no es fácil, y demanda de quien
lo ejerce, no sólo conocimiento, sino también juzgamiento moral muy
decantado y que además no esté condicionado por ideologías políticas ni
religiosas.
Respetando las normas de la gramática y la lingüística, y
tratando de cumplir con el lema de la Real Academia Española de la Lengua:
limpia, fija y da esplendor apoyemos con entusiasmo a los nuevos
escritores. Con disciplina e imparcialidad, estimulemos a nuestros voceros y
escritores, dando así cabida a la palabra aireada, renovada que camine del
brazo de la nueva generación, con los problemas e inquietudes inherentes a
la época actual, los que conciernen a la convivencia de los pueblos y razas.
Así con el milagro de la palabra noble, honesta, entusiasta, optimista y feraz,
y laborando con acuciosidad., empeño y fraternidad, descubramos nuevos
valores; cuidemos con celo el sagrado filón de nuestro idioma castellano y
hagámoslo trascender barreras. ¡Sintámonos orgullosos de nuestro idioma!
Hagamos crítica constructiva, no destructiva!
Publicado por la revista Oriflama nº 19
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