Busco un lugar
en una habitación de luces apagadas,
de silencios arrugados en la papelera,
donde el vacío colma el aire de paz,
es en ese lugar,
en el que se guardan los recuerdos,
se destruyen las pesadillas pasadas
y se reencuentra con la libertad,
ahora, desde algún lugar
atiendo al paradigma de una ficción
que rodea la realidad inerme y débil,
alterando lo evidente y contextual,
es ahora, cuando al buscar
encuentro que los vacíos cobran vida
y entre los sinónimos de la muerte
vagan inciertos por las penumbras,
y al amanecer,
la papelera aparece saturada
de hojas arrugadas y poemas sin terminar,
donde muere el sentimiento imperecedero,
en el amanecer,
la luz proclama su brillo en la batalla,
la oscuridad se retira vencida y con ella,
se van los lamentos de un alma sometida,
me encamino al olivar,
entre las veredas y los recuerdos arrugados,
los poemas que no supe componer,
y los aromas de una noche atormentada,
y ya, llegando al olivar,
reviven en mí las muertes pasadas,
entre las brisas, susurran su nombre,
y hacen de mis entrañas un pañuelo,
¡no lloran los hombres!
eso me dijeron cuando era pequeño,
pero es mi alma la que, retorcida,
llora en la noche y muere en el día,
¡no lloran los hombres!
tan sólo el poema se rinde a la luna,
sólo el corazón se arruga al alba,
sólo, solamente llora el poeta.
Angel L. Alonso
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