Dilo por mí, escribano. Regístralo. Proclámalo.
Desde esta mañana de octubre hasta lo eterno.
Detalla la maravilla de esta plácida algarabía.
La enjundia de este patio del que tomo posesión
para mis reyes.
Anuncia que se cumplió la profecía. Apunta la gran fecha.
Copia las chalupas llenas de hombres y mujeres desnudos,
que se arriman a mis naves, emperifollados de papagayos.
Asisten para verme plantar mi espada y mi fe.
A conocer de mi sed de olas, de mi destino de lejanías.
Se hizo la divina voluntad. Grábalo, escribano.
Mete ahora el ojo por cada portillo.
Detalla la espesura que aún desconoce el filo del hierro.
El follaje que eructa este vaho sin memoria.
Esta gente despatarrada en sus hamacas.
El fuete de la ola que aviva estas orillas.
Anota, escribano, con pelos y señales
lo que tú crees adivinar que piensa el mohán,
El hojarasquín del monte y la madre del agua.
No te desalientes.
Tómale el pulso a las tantas esquinas de este patio.
Déjate embobar por el aroma de la piña, la papaya y el mango.
Palpa y advierte cada secreto, cada sollozo.
Adivina mi mañana para cuando me empine entre los grandes.
Jaime Arturo Martínez Salgado.
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