Estoy alojado en un hotel, en la provincia de Córdoba, en medio de olivares. Llegué tarde y perdido. Temía que se me echara todavía más la noche encima. El navegador dejó de funcionar justo cuando me faltaban unos 10 km. para llegar.
Creo haber recorrido veinte más. Al final he preguntado por el hotel en una gasolinera. El empleado que me ha atendido me ha mirado con cierto desdén. Eres la tercera persona que hoy me lo pregunta, me dice.
Al final quien me ha explicado cómo llegar ha sido un camionero que había escuchado la conversación. El empleado se ha sentido aliviado y nos ha dejado hablando. El camionero se ha interesado si mi intención era pasar la noche en el hotel. Claro, le digo. Y no una, sino dos noches. El camionero ha resoplado y me ha deseado suerte.
Llego al hotel y compruebo que apenas me queda gasolina. Me reprocho la estupidez de haber estado en una gasolinera y no haber llenado el depósito. Antes de apagar la radio llego a escuchar algo sobre un crimen. La vuelvo a encender y dicen que van a publicidad. Saco la maleta y cierro el coche.
Saludo y, antes de que me pregunte el recepcionista lo que deseo, digo que tengo habitación reservada. Me pide la documentación amablemente. Tardo en encontrarla. Le oigo decir que el sistema informático está caído. Encuentro mi DNI y se lo entrego. Lo mira con atención y me observa detenidamente.
¿Ha escuchado lo del crimen? Lo han dado por la tele, me dice. Le contesto que no. Me lo explica. Lo están buscando por la zona. La policía ha llamado al hotel para que extrememos la vigilancia. Le tranquilizo diciendo que yo no he matado a nadie. No se ríe, pero me devuelve el DNI y me da la tarjeta. Su habitación es la 104. Me señala el ascensor.
Me miro en el espejo del ascensor y compruebo que necesito un afeitado. Salgo y busco la habitación. Me despista comprobar que en apariencia no siguen un orden correlativo. En la parte izquierda del pasillo están las habitaciones impares. En la derecha, las pares. Encuentro la 104 y me dispongo a abrir.
Me recibe una bofetada de aire caliente que me resulta desagradable. Antes de cerrar la puerta tras de mí, sale una mujer envuelta en una toalla del cuarto de baño. La miro con sorpresa y ella me mira un poco asustada. Pido disculpas y le explico que me acaban de dar esa habitación.
Esta habitación es mía, me dice con seguridad. Salgo reiterando mis disculpas. Dejo el equipaje en el pasillo y bajo por las escaleras buscando al recepcionista. Ya no estaba en la recepción. Lo vi tras la barra del bar, al fondo del local. Le explico. Me dice que eso es imposible.
A ver si se trata de un error del sistema, le digo yo, buscando una explicación. Me repite que es imposible. Le comento que le oí decir que el sistema informático estaba caído. Me mira y me dice que eso no tiene nada que ver, que mi habitación ya estaba reservada. Le insisto en que está ocupada por una mujer.
Me acompaña. Ambos subimos por la escalera. Cuando llegamos a la primera planta compruebo que mi equipaje había desaparecido del pasillo. Se lo hago saber. Me mira con incredulidad. Le insisto en que lo dejé allí, en el pasillo, para ir a buscarle. Empecemos primero por la habitación, me dice.
Isidoro Irroca
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