Cuando la guitarra llora,
callan los sonidos del alma,
y al sonar recita un poema,
las notas se vuelven aurora
el aire baila al son de la brisa,
y los acordes, rimando aromas,
restañan por las venas
hasta llegar a las entrañas,
y mueren las penas,
en las manos del guitarrista;
canta la guitarra a las herías,
al mar y al quejío en la voz,
en las cuerdas, un ronquío veloz
y sobre el brazo, las armonías
renuncian al sonido que emboca
la caja en su resonancia clara,
la que el palo santo anuncia
alegrías a mi Sevilla Triana,
y al vibrar la cuerda pronuncia
el fino son de cada nota;
¡ay! que la guitarra suena,
se detiene el tiempo y la luna,
la luna se alumbra y se acuna
en el cielo donde ya resuenan
las estrellas con las castañuelas,
mientras el mar se viste de cola,
al brillo de la luna esplendorosa
como una gitana sobre la ola
bajo la noche, como una diosa,
¡ay! envuelta en lentejuelas;
y ¡ole!, ole la guitarra flamenca,
ole, el arte de una tierra grande,
y ole, la arena bañada de la sangre
y el honor de ser andaluz en la renta,
de la historia de un alma en el pecho,
ese pecho donde la guitarra asienta
para traspasar el sentío del corazón
y..., y llegar a las entrañas de la cuenta
hasta romper una lágrima sin razón,
al vibrato de las cuerdas en el lecho.
Angel L. Alonso
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